miércoles, 21 de octubre de 2015

De burbujas y modismos

Fotografía: Magdalena Bors


















Desde hace algunos años se viene usando el término burbuja junto a otros significantes que nunca antes habían sido  asociados. La cosa empezó en el ámbito de la economía con la burbuja especulativa, también llamada burbuja financiera, rápidamente se extendió a la inmobiliaria y de ahí a un sinfín de usos parecidos referidos a otras cuestiones. No deja de asombrarme  esta proliferación ni la intencionalidad de quien las pone en circulación en cada caso, pues unas veces son sus detractores y otras se trata de sus padrinos.

Una vez dicho esto no quiero dejar  de mirar la relación con su significado literal, "habitáculo hermético y aislado del exterior", esta sería la acepción más cercana a lo que estamos tratando, tal vez habría que añadir para entender su nuevo uso "y de espaldas a  la realidad de su entorno o construido con un fin avieso o fundamentado sobre mentiras interesadas o usadas como estrategias para lograr objetivos superiores camuflados". En cualquier caso de lo que no hay duda es que responde a la perfección a la esencia del modismo, ya que esas expresiones tienen un significado que no se puede deducir de las palabras que las forman.

Voy a tratar de analizar algunos ejemplos, de entre los muchos que hoy existen, para ver si soy capaz de ir esclareciendo esa intencionalidad o esos falseados fundamentos. Con la burbuja financiera-inmobiliaria sucedió algo paradójico y hasta cínico, si me lo permiten: los que inventaron la trampa de los fondos de inversión, de los cibernéticos paraísos fiscales o de las hipotecas basura y se beneficiaron de esa especulación fueron los mismos que luego acusaban a las víctimas de su atropello de haber vivido por encima de sus posibilidades. Cuando, por ejemplo, eran ellos los que durante décadas habían coreado aquello de que pagar un alquiler era regalar el dinero, que todos debíamos tener nuestra propia casa y los mismos que establecían unos precios desorbitados, como un 300 y 400% por encima de su valor de coste, en cualquier vivienda de 80 m2, que eran a lo que podía aspirar una familia trabajadora, a base de deslomarse y trabajar durante media vida, para satisfacer a los bancos que financiaban a constructoras y a ellos mismos para seguir jugando a un monopoli infernal de compra-venta de deuda. Lo peor de todo es que ellos mismos decidieron cuando había que "enfriar la economía" y planificaron un estallido controlado, de cuyas consecuencias aun somos testigos y que sufrió directa y cruelmente la clase trabajadora, que no era precisamente a la que pertenecen los especuladores y sus acólitos. Por tanto la burbuja financiera no se trataba de una bolsa muy grande y herméticamente cerrada donde flotaban inertes miles de contratos hipotecarios y letras de cambio, no, era una operación calculada de enriquecimiento salvaje, amén de otras lindezas colaterales que afectan y afectarán a largo plazo.

Ya abierta la barra libre de las burbujas el fenómeno llega a todos los niveles, tanto nacional como local en todo el mapa occidental. Así por ejemplo en Sevilla se crea la burbuja cofrade, un término acuñado en la prensa aborigen que viene a significar ese mecanismo por el cual pudiera parecer que en esta ciudad hay 700000 hermanos de la Hermandad de la Hiniesta o que todos y todas sabemos quien es el compositor de la marcha que amenizaba la procesión de la Virgen de la Paz a su paso por la calle San Fernando, en el año 1973. Además tiende a hacer creer que eso ha sido así toda la vida. En esa construcción irónica colaboran las instituciones públicas, los medios de comunicación o las asociaciones empresariales dando las cifras hiperbeneficiosas para la economía de la ciudad, como si ese fuera el único camino para asegurar la supervivencia de los sevillanos, algo tan inconsistente que es lo que más repiten todos. También los pícaros que quieren medrar en la escala social de la "Sevilla profunda" atacan sin descanso en cada asociación y en cada barrio para sacar a despolillar el patrimonio de nuestra  imaginería un día si y otro también, cueste lo que cueste y moleste a quien moleste, generando una industria y una subcultura muy "popular" que resulta grotesca y anacrónica y que pretenden hacerlas valer precisamente por esos valores.

Desde un punto de vista antropológico también se han creado burbujas, ahí podríamos situar el asalto, cercano a la categoría de religión, de la  futbolística. La saturación de información, de imágenes, de datos, de celebraciones, de fracasos, de conflictos, de asociaciones con nuestro imaginario colectivo (cultural, social o político) es tal que ocupa tres cuartas partes de la capacidad del disco duro de una gran mayoría, no silenciosa, de nuestra sociedad, en la que se da una "casual" coincidencia estadística con las víctimas de la primera burbuja analizada. Aunque quieren venderla como algo inocuo resulta ser la que más va perdurando, por algo será.

Otra de las que me ha llamado la atención es la que denomino burbuja participativa, esta afecta al ámbito político. He podido comprobar que en los últimos acontecimientos ordinarios políticos es casi necesario hacer un turno de palabras para dar voz a los presentes, es obligatorio que exista en las organizaciones departamentos o instancias que garanticen la participación de la "pluralidad" de sentimientos o tendencias internas. La realidad es muy otra puesto que los mecanismos ejecutivos de toma de decisiones nunca coinciden en el tiempo ni en el espacio con la "asamblea" y la legalidad administrativa es lo suficientemente compleja como para no poder asimilar directrices cambiantes. Para que esa burbuja pudiera dejar de serlo, es decir se convirtiera en algo real, tendría que modificarse no solo el funcionamiento institucional sino el principio garantista de la legislación democrática, que pretende evitar la discrecionalidad venga esta del director general o de la asamblea de la comunidad de regantes. Sin entrar a discutir las corrientes que abogan por el bien común o procomún (yo prefiero un derecho a un bien, debo ser menos materialista) parece del todo punto ineficiente que un cargo con altas responsabilidades (como un alcalde de ciudad de más de 100.000 habitantes) tenga que saber los mecanismos administrativos para pagar las horas extras del guarda de seguridad que debe abrir una biblioteca el sábado por la mañana, pues aunque lo simule será mentira. Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.

Imagen: María Cañas
Un aspecto que no ha escapado a esto de las burbujas ha sido la cultura, ahora tenemos la burbuja del debate extremo, es imposible que dos personas o colectivos que no coincidan en todas sus tesis puedan dialogar sin generar debate, sin extremar sus argumentos y sin utilizar enunciados cortos, directos y efectivos, evitando en lo posible la reflexión, la disgresión o la búsqueda de puntos de encuentro. Quizás esta se pueda asociar a la burbuja de la redsocialización, que es, junto con la financiera, una burbuja arquetípica e instrumental, en la que se da la espalda a la realidad creando incluso una paralela, que se adapta como herramienta de soporte para cualquiera de las otras burbujas. Curiosamente quienes manejan esta burbuja están muy cerca de los que crearon la primera de la que hablamos, de la especulativa.

Al final me he dado cuenta, recordando a María Cañas y las teorías sobre la construcción de los fanatismos, que todo esto sigue un guión relativamente predecible, que está bastante hilado y que nos ha tocado seguirlo por nuestros aparatos inteligentes, aunque también desde ahí tenemos que buscar la posibilidad de crear espacios de realidad y de resistencia.

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